30/11/25
A veces creo que, para que alguien me enamore, primero tiene que despertarme la imaginación.
No el corazón, no el deseo… sino esa región silenciosa donde nacen los “¿y si…?”.
Porque en mí el amor no empieza con un toque, sino con una imagen:
una palabra que se queda flotando,
una posibilidad que abre una grieta de luz,
una escena que aún no existe pero ya quiero habitar.
Necesito que alguien roce mi mente antes que mi piel,
que me haga mirar hacia dentro y reconocerme distinta,
que me encienda un pensamiento capaz de quedarse toda la noche
buscando dónde acomodarse.
Tal vez por eso mis afectos no son impulsos, sino revelaciones:
se despiertan lento, como quien abre los ojos en una habitación nueva
y se da cuenta de que algo cambió,
aunque no sepa todavía ponerlo en palabras.
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