Diario de una vida

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Lo que he aprendido hasta el día de hoy...

miércoles, 4 de mayo de 2011

El valor de las cosas

"Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde". Encierran una gran verdad esas palabras.
Todos los días, prácticamente a todas horas, nos quejamos por algo (lo que sea), hacemos una tormenta en un vaso de agua. Cosas superficiales, inútiles o sin sentido. "Quisiera ser más delgada" "Quisiera verme más bonita" "Todas mis amigas tienen novio y yo no, yo también quiero uno" "Mis calificaciones están muy bajas, tengo que subirlas" "Tengo que conseguir un trabajo porque quiero tener más dinero para comprar ________ (nombre del último artículo de moda, tecnología o novedad)", y étc. La lista es realmente muy larga, demasiado para la mayoría, pero no vemos lo verdaderamente importante, los milagros de la vida, los verdaderos momentos mágicos que existen en el día a día. 
No vemos, por ejemplo, que tenemos salud. Muchos dirán: "pero sí estoy enfermo(a)", pero no es, en la mayoría de los casos, una enfermedad grave: hay personas enfermas de SIDA, cáncer, leucemia, diabetes, son sordomudos, ciegos, tienen parálisis, entre otras enfermedades incurables. ¿Y nosotros? Un simple malestar y nos estamos quejando.
Tenemos un hogar, puede que no sea la familia perfecta, que haya quienes no vivan con sus papás, o algo así, pero somos afortunados todos aquellos que tenemos un lugar al que podemos llamar hogar.
El dinero: nunca parece ser suficiente, sin embargo, hay quienes estudian (con todos los esfuerzos para pagar su colegiatura, tal vez), quienes trabajan, quienes tienen un techo donde regresar al terminar la jornada, quienes tienen forma de transportarse (el transporte público también cuenta). Y siendo así, entonces, ¿cuál es el problema? Hay personas que carecen de un techo donde cobijarse, que no pueden pagar ni siquiera educación básica, que no tienen trabajo, y tienen que transportarse a pie (lo quieran o no).
Nos sentimos tristes, desesperados, o lo que sea por esas cosas insignificantes. Una historia real, que pude ver por mi misma, que lo ejemplifica:
Había una chava de segundo de secundaria (que llamaré Ashley), que quería ir a un concierto,el sábado por la noche, pero su mamá no la dejaba. Esta chava tenía una amiga muy linda y tierna (a la que llamaré Angélica), que estaba enferma de leucemia desde hace un año. A pesar de los muchos tratamientos, y de la quimioterapia, no estaba mejorando mucho de salud. Lo más admirable de esto, es que ella seguía siempre alegre y optimista, y hasta estaba planeando su fiesta de quince años, que sería en un año. Ashley y sus amigas iban a visitarla al hospital siempre que podían, para alegrarle el día, porque platicaban y reían con ella. Bueno, el concierto al que quería ir Ashley era el sábado pasado, y el viernes todavía le insistía a su mamá para que la dejara ir. Hasta el sábado por la mañana. No supe exactamente cuando fue, pero el domingo supe que los tratamientos definitivamente no sirvieron de nada, pues Angélica había muerto en algún momento del sábado. Y Ashley se olvidó por completo del concierto. 
Enterraron a Angélica el domingo en la tarde. Según me enteré, había un cierto alivio junto con el dolor de la pérdida, porque así, al menos, ya no sufriría su enfermedad. 
Y bueno, es una historia muy triste, pero que le podría pasar a cualquiera, y es un gran ejemplo de lo insignificantes que son en realidad nuestros problemas cuando se comparan con otros de mayor magnitud o gravedad. Con esto no me refiero a decir simplemente "qué bueno que a mi no me pasa", sino realmente estar agradecidos por las bendiciones que nos son otorgadas, enfrentar con valor nuestros miedos, y con valor solucionar nuestros problemas y, sobre todo, salir un poco de uno mismo y ver el mundo a nuestro alrededor, pero no solo verlo, sino también hacer algo, aunque sea un poco, por ayudar (y en estos tiempos, incluso otorgar una sonrisa a un desconocido, puede ayudarlo).

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